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La segunda voz: -- De veras, pues, ¿qué día será hoy? La tercera voz: -- Esperen... A mí me capturaron el viernes: viernes..., sábado..., domingo..., lunes..., lunes..., ¿cuánto hace que estoy aquí...? De veras, pues, ¿qué día será hoy? La primera voz: -- Siento, ¿ustedes no saben cómo...? Como si estuviéramos muy lejos, muy lejos... Los que hablan son el estudiante y el sacristán que continúan presos; ahora acompañados de Carvajal (la tercera voz), que les narra cómo ocurrió su captura por el auditor de guerra. El sacristán también narra su captura a Carvajal, la cual tuvo por causa el haber quitado equivocadamente el papel del jubileo de la madre del Señor Presidente. Hay también entre ellos una cuarta persona que por efectos de la oscuridad no habían descubierto. XXIX. Consejo de guerra. El proceso seguido contra canales y Carvajal por sedición, rebelión y tradición con todas sus agravantes, se hinchó de folio; tanto, que era imposible leerlo de un tirón. Catorce testigos contestes declaraban bajo juramento que encontrándose la noche del 21 de abril en el Portal del Señor, sitio en el que se reunían a dormir por ser pobres de solemnidad, vieron al general Eusebio canales y al licenciado Carvajal lanzarse sobre un militar que, identificado, resultó ser el coronel José Parrales Sonriente, y estrangularlo a pesar de la resistencia que este les opuso cuerpo a cuerpo, hecho un león, al no poderse defender con sus armas, agredido como fue con superiores armas fuerzas y a mansalva. Declaraban, además, que una vez perpetrado el asesinato, el Lic. Abel Carvajal se dirigió al general canales en estos o parecidos términos: ahora que ya quitamos de en medio al de la mulita, los jefes de los cuarteles no tendrán inconveniente en entregar las armas y reconocerlo a usted, general, como jefe supremo del ejército. Corramos, pues, que puede amanecer y hagamoslo saber a los que en mi casa están reunidos, para que se proceda a la captura y muerte del presidente de la república y a la organización de un nuevo gobierno. Carvajal leía el proceso, el cuerpo le temblaba y leía sin entender. No termina de leer el proceso. Por la mañana fue llevado ante el consejo de guerra, en cuya sala los pordioseros ocupaban el puesto de los testigos. Se leyó el proceso, el fiscal pidió la cabeza del reo. La sentencia redactada y escrita de antemano fue leída. -- ¡Apelo de la sentencia! Carvajal enterró la voz hasta la garganta. -- ¡Déjese de cuentos - respingó el auditor -; aquí no hay pelo ni apelo, será matatusa! Fue encerrado en una mazmorra donde hallábance 12 reos condenados a muerte; uno de ellos moría de sede, un italiano que hallábase emparedado. Fuera de las bartolinas paseábase Lucio Vázquez, abrigando a la esperanza de poder se vengar algún día de Genaro Rodas. Debían ser las tres de la mañana cuando se escuchó un fusilamiento. XXX. Matrimonio in extremis. ¡Enferma grave en la vecindad! Camila estaba muy grave y muchas mujeres la rodeaban, quizás más bien por verle la cara a Miguel que a la enferma. Silvia, hermana de un diputado y que visitaba a Camila, se retiró en cuanto se enteró que la enferma era hija del general canales. El médico dictaminó que sólo un milagro salvaría a Camila. Mientras tanto la Masacuata se afanaba en atender sus labores, atender a la enferma, a los visitantes, a Miguel y en llevarle comida a Lucio, de quien nada averiguaba. Petronila, una de las presbíteras, que así llamaba la Masacuata le habla de un tal Ticher. Este Ticher tenía fama de espiritista y declaró tener la clave para salvar a Camila: -- Pues yo tengo la clave; provocaremos el milagro. A la muerte únicamente se le puede oponer el amor, porque ambos son igualmente fuertes, como dice el Cantar de los Cantares; y si como usted me informa, el novio de esa señorita la adora, digo la quiere entrañablemente, digo con las entrañas y la mente, digo con la mente de casarse, puede salvarla de la muerte si comete el sacramento del matrimonio, que en mi teoría de los injertos se debe emplear en este caso. Ese mismo día el cura desposada a Miguel y a Camila. Concluida la ceremonia el Ticher exclamó: -- Make the another self, for love of me...! XXXI. Centinelas de hielo. El auditor de guerra baja de un coche frente a la penitenciaría. La esposa de Carvajal se arrodilla a sus pies, suplicándole le dé información de su marido. -- Vea al Señor Presidente y pídale la vida de su marido, que puede ser sentenciado a muerte y fusilado, conforme a la ley, antes de 24 horas. Esta fue la respuesta del auditor de guerra. La ilusa esposa abordó un coche y se condujo a la residencia del presidente, a la que corrió desesperada. Un militar intentó detenerla, pero se le escapó. Más adelante otro militar la detuvo y le impidió ver al Señor Presidente. Harían otro tanto los centinelas: otros centinelas de hielo le cortaban el paso. Todo fue inútil; regresó con el cochero hundida en un profundo silencio que le provocaba la pena. XXXII. El Señor Presidente. Cara de Angel es llamado con gran prisa desde la casa presidencial. Lo recibe a la entrada el subsecretario de guerra; luego de Señor Presidente con sarcasmo y embriagado. Le sirvió un vaso de whisky; luego exclamó: ¡ingratos! Se refería a los que mataron a Parralese Sonriente. -- ¡Ingratos! -Añadió, después, a media voz- quince y querré siempre a Parrales Sonriente, y lo iba a hacer general, por qué potreó a mis paisanos, porque los puso en cintura, se repaseó en ellos y de no ser mi madre acaba con todos para vengarme de lo mucho que tengo que sentirles y que sólo yo sé... ¡ingratos...! Y no me pasa (porque no me pasa) que lo hayan asesinado, cuando por todos lados se atenta contra mi vida, me dejan los amigos, se multiplican los enemigos y... ¡no!, ¡no!, de ese Portal no quedará ni una piedra... tiempo después arrojaba un chorro de caldo anaranjado. Entró el subsecretario y entre ambos lo llevaron arrastrando hasta la cama. El subsecretario le dijo a Miguel: -- Lo felicito, don Miguelito, lo felicito -murmuró el subsecretario cuando ya salían-; el Señor Presidente ordenó que se publicara en los periódicos la noticia de su casamiento y él encabeza la lista de padrinos. Asomaron al corredor. El subsecretario alto la voz. -- Y eso que al principio no estaba muy contento como usted. Un amigo de Parrales Sonriente no debía haber hecho, me dijo, lo que este Miguel ha hecho; en todo caso debió consultarme antes de casarse con la hija de uno de mis enemigos. Le están haciendo la cama, don Miguelito, le están haciendo la cama. Por supuesto yo traté de hacerle ver que el amor es fregado, lamido, belitre y embustero. -- Muchas gracias, general. -- ¡Vean, pues al cimarrón! -Continuó el subsecretario en tono jovial y, entre risa y risa, empujándolo a su despacho con afectuosas palmaditas, remató- ¡venga, venga a estudiar el periódico! El retrato de la señora se lo pedimos a su tío Juan. ¡Muy bien, amigo, muy bien! El favorito enterró las uñas en el papelote. Además del supremo padrinos figuraban el ingeniero don Juan canales y su hermano don José Antonio. El subsecretario le aconseja que debe fugarse. Cara de Angel se marchó en el coche del subsecretario que se lo había prestado. Por el camino pensaba con encono acerca del presidente y se lo imaginaba como: una masa de carne helada con la banda presidencial en el pecho, yerta la cara chata, las manos envueltas en los puños postizos, sólo la punta de los dedos visibles, y los zapatos de charol ensangrentados. XXXIII. Los puntos sobre las íes. La esposa del licenciado Carvajal continúa en su calvario, Había salido a pedir que le firmaran una petición del presidente para que le entregaran el cadáver de su esposo, pero en ninguna parte se atrevió a hablar; la recibían tan mal, tan a la fuerza, entre toses y silencios fatales... Y ya estaba de vuelta con el escrito sin más firma que la suya bajo su manto negro. Todos la rechazaban como a una contagiosa; pero le llovía los anónimos en los que le decían que era santa, mártir, víctima inocente, además de poner a su desdichado esposo por las nubes y relatar con pormenores horripilantes los crímenes del coronel Parrales Sonriente. Un anónimo decía: señora: no es éste el medio más correcto para manifestar a usted y a su apesarada familia la profunda simpatía que me inspira la figura de su esposo, el digno ciudadano licenciado don Abel Carvajal, pero permítame que lo haga así por prudencia, ya que no se puede confiar al papel ciertas verdades. Algún día le daré a conocer mi verdadero nombre. Mi padre fue una de las víctimas del coronel Parrales Sonriente, el hombre que esperaban en el infierno toda las tinieblas, esbirro de cuyas fechorías hablará la historia si hay quien se decida a escribirla mojando la pluma en veneno de tamagás. Mi padre fue asesinado por este cobarde en un camino sólo hace muchos años. Nada se averiguó, como era de esperarse, y el crimen habría quedado en el misterio de no ser un desconocido que, valiéndose del anónimo, refirió a mi familia los detalles de aquel horroroso asesinato. No sé si su esposo, tipo de hombre ejemplar, héroe que ya tiene un monumento en el corazón de su conciudadanos, fue efectivamente el vengador de las víctimas de Parrales Sonriente (al respecto circulan muchas versiones); mas he juzgado de mi deber en todo caso, llevar a usted mi voz de consuelo y asegurarle, señora, que todos lloramos como usted la desaparición de un hombre que salvó a la parte de uno de los muchos bandidos con galones que la tienen reducida, apoyados en el oro norteamericano, porquería y sangre. B. S. M. Cruz de Calatrava. Otro anónimo lo enviaba un hombre que presenció los fusilamientos (nueve) y le describe detalladamente toda la escena: ... su marido tuvo la dicha de morir a la primera descarga. Arriba se veía el cielo azul, inalcanzable, mezclado a un eco casi imperceptible de campanas, de pájaros, de ríos. Supe que el auditor de guerra se encargó de dar sepultura a los cadá... La carta se cortó de golpe. Por otra parte, la Diente de Oro, continuaba tratando de recupear sus diez mil pesos, pero el Auditor de guerra no la recibe. Por su parte, la viuda de carvajal deja una carta para el auditor de guerra. El auditor de guerra atiende a un reo, es Genaro Rodas, sobre quien pesaba una sentencia de seis años con ocho meses de encierro. El auditor le comunica que puede quedar en libertad, a cambio de lo cual deberá vigilar a Cara de Angel y a su mujer. Genaro acepta y el auditor lo hace firmar un documento que Genaro no leyó y que a la letra decía: Por 10.000 m/n. -- recibí de doña Concepción Gamucino (a) la Diente de Oro, propietaria del prostíbulo El Dulce Encanto, la suma de 10.000 pesos moneda nacional, que me entregó para resarcirme en parte de los perjuicios y daños que me causó por haber pervertido a mi esposa, señora Fedina de Rodas, a quien sorprendiendo en su buena fe y sorprendiendo la buena fe de las autoridades, ofreció emplear como sirvienta y matriculó sin autorización ninguna como su pupila. Genaro Rodas. Más tarde, la sirvienta del auditor entrega la carta que la esposa de Carvajal dejó para él y este le dice a la sirvienta que le comunique a la esposa de Carvajal que no hay tal de saber dónde está enterrado su marido. XXXIV. Luz para ciegos. Camila y Miguel se bañan. Un mozo se acerca a saludar a Cara de Angel: es alguien a quien Miguel sacó del cuartel. Todo el capítulo trata de Miguel y Camila. XXXV. Canción de canciones. Por la noche el Señor Presidente daba una fiesta en su residencia campestre; Miguel y Camila son invitados y se dirige a ella. En la fiesta, las mujeres hacen ciertos comentarios al de llegar a los recién casados: -- No vale la pena. Una mujer que no se pone corsé... bien se ve que era mengala... -- Y que mandó a arreglar su vestido de casamiento para salir a las fiestas -murmuró otra. -- ¡Los que no tienen como figura, figúrense! -Creyó oportuno agregar una dama de pelo ralo. -- ¡Ay, qué malas como! Yo dije lo del vestido por que se ve que están pobres. -- ¡Claro que están pobres, en lo que está usted! -observó la del cabello ralo, y luego añadió en voz baja -¡si dicen que el Señor Presidente no le dan nada desde que casó con ésta...! -- Pero Cara de Angel es muy ve él... -- ¡Era!, dirá usted. Porque según dicen -no me lo crean a mí-este Cara de Angel se robó a la que es su mujer para echarle pimienta en los ojos, y que su suegro, el general, pudiera escaparse; ¡y así fue como escapó! Camila y Miguel saludan al Señor Presidente. Da la orden de hacer salir a los hombres, pues cenará con las señoras. Unicamente al poeta les permitió quedarse. -- Reciente, poeta -orden o el Señor Presidente -, pero algo bueno útil, el cantar de los cantares. XXXVI. La revolución. ... algo muy hondo se endurecía en el corazón de los soldados: una bola de hierro, una huella de huesos. Como una sola herida sandró todo el campo: el general canales había muerto. Las noticias se concretaban en sílabas y frases. Sílabas del sida bario. Frases de oficio de difuntos. Cigarrillos y aguardiente teñido con pólvora y malhayas. No era de creer lo que contaban, aunque fuera cierto. Los viejos que hallaban impacientes por saber la mera verdad, unos de pie, otros echados, otros acurrucados. Esto se arrancaban el sombrero del petate, los mataban en el suelo y se cogían la cabeza a rascones.... El general canales había fallecido de repente, al acabar de comer, cuando salía a ponerse al frente de las tropas. Y ahora la orden era de esperar.... Y con cada uno de los que contaban lo sucedido, el general canales salía de su tumba a repetir su muerte: sentábase a comer delante de una mesa sin mantel a la luz de un quinqué, se podía el ruido de los cubiertos, de los platos, de los pies del asistente, se oía servir un vaso de agua, desdoblar un periódico y... nada más, ni un quejido. Sobre la mesa lo encontraron muerto, el cachete aplastado sobre el nacional, los ojos entreabiertos, vidriosos, absortos en una visión que no estaba ahí. Había muerto chamarita, el hombre que había prometido devolverle la tierra, suprimir el poste, implantar la tortilla obligatoria por dos años, fundir a los médicos y abogados, etc. Camila grupo de la muerte de su padre muchos días después, a través del teléfono: - su padre murió a leer en el periódico que el presidente la república había sido padrinos de su boda... XXXVII. El baile de Tohil. Cara de Angel debía ir a ver al presidente; cosa que en aquella circunstancia le pareció temerario, pues donde hallábase tomando un trago, un gringo decía: ... Mí estar aquí esta noche aquella y oír de mis oídos al auditor que decía de usted, ser enemigo de la reelección y con el difunto general canales, amigo de la revolución. Y le aconseja Mr. Gengis: - si, amigo, el rato menos pesados llegan a oídos del patrón esas cosas y ya tuvo usted para no divertirse mucho. Debe aprovechar ahora y decirle claro lo que el es y lo que no es; vaya una ocasión con más pelo que un elote. A la cantina entró un grupo de hombres a pegar un cartelón en el que se pedía a la ciudadanía votar por la reelección del Señor Presidente. Al salir del Gambrinos, que así se llamaba la cantina, Cara de Angel encontró al ministro de la guerra, quien también se dirige hacia donde el patrón y vanse juntos. El Señor Presidente recibe a Cara de Angel, para quien pide un abrigo al verlo sin abrigo. La orden de recibe el general. El Señor Presidente le dice a Miguel que lo enviará a Washington, pues su reelección está en peligro y necesita saber qué es lo que sucede. Miguel, recordando a Mr. Gengis, le dice al presidente: ..., querría pedirle, si el Señor Presidente no ve obstáculo alguno, que antes debe confiarme tan delicada misión, se tomará la molestia de ordenar que se investiguen y son o no son ciertos los gratuitos cargos que de enemigo de Señor Presidente, me hace, para citar nombres, el auditor de guerra... -- ¿Pero quién está dando oídos a esas fantasías? -- El Señor Presidente no puede dudar de mi incondicional adhesión a su persona y a su gobierno; pero no quiero que me otorgue su confianza sin controlar antes y son o no son ciertos los dichos del auditor. -- ¡No te estoy preguntando, Miguel, qué es lo que debo hacer! ¡Acabemos! Todo lo sé si voy a decir que más: en este escritorio tengo el proceso que la Auditoría de Guerra inició contra ti cuando la fuga de canales, y más todavía: puedo afirmarte que el odio del auditor de guerra se lo debes a una circunstancia que tal vez ignoras: el auditor de guerra, de acuerdo con la policía, pensaba raptar a la que ahora es tu mujer y vender la a la dueña de un prostíbulo, de quien, tú lo sabes, tenía 10.000 pesos decididos a cuenta; la que pagó el paso fue una pobre infeliz que ai anda medio loca. |
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![]() | «Al admirable maestro, al escritor incomparable, Alfonso Guzmán», «Para Alfonso Guzmán, el mejor escritor argentino viviente». Dedicatorias... | ![]() | |
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