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LAS CUATRO VIDAS DE MIGUEL HERNÁNDEZ Los poemas seleccionados son una muestra de la evolución literaria de Miguel Hernández, recogiendo poesías perteneciente a los diversos libros, así como a las diferentes etapas de su vida. También se ha tratado de que aparezcan la mayoría temáticas que el poeta aborda,(la naturaleza, la ciudad, el amor, el sexo, lo social, la guerra, la soledad, la muerte...) los diferentes estilos y la simbología que su obra contiene (el rayo, el cuchillo, la sangre, el toro...) . Así mismo están presentes de una u otra manera referentes biográficos, pues estos marcan el desarrollo de la obra hernandiana. *Primeros poemas de adolescencia y juventud y del libro “Perito en lunas” SONETO Estoy perdidamente enamorado de una mujer tan bella como ingrata; mi corazón otra pasión no acata y mis ojos su imagen han plasmado. Si escudriño en mi pecho, triste creo que otra hermosa me diera sólo enojos y si sereno miro, ante mis ojos su figura gentil tan sólo veo. Con voz trémula le dije mi cariño; y sarcástica y cruel exclamó: “¡Niño, conoces el amor sólo de nombre!” Y desde entonces sufro lo indecible... ¿Por qué, amada mujer, crees imposible en un cuerpo de niño un alma de hombre? En la huerta, enero de 1930.( Publicado en El Pueblo de Orihuela) HERMANITA MUERTA (Orinaban las aves el alba.) Las vecinas vertían un llanto de rigor. Armadas de pañuelos sobre mi madre, que se había deslumbrado más. Una vía láctea de diamelas culebreaba en la mesa sobre la que la niña se veía, con un motín de rosas encima de los pómulos, a través de su caja de vidrio, que la fingía ahogada en un diamante fino. (1932) PRIMERA LAMENTACIÓN DE LA CARNE Copada por el sol la nieve novia, caudal como estos ojos, activa su ilustrísima victoria montés, torna su ocio. El sol ya planifica soledades: su luz es ya membruda. Y yo me altero ya bajo mi carne, bajo su dictadura. A punto de ser flor y no ser nada está tu flor, almendra, en amor, concibiendo la enramada, la madre de la tierra. No seas, primavera; no te acerques, quédate en alma, almendro: sed tan sólo un propósito de verdes, de ser verdes sin serlo. Por qué os marcháis, espirituales fríos, eneros virtuosos, donde mis fuegos imposibilito y sereno mis ojos. Conflicto de mi cuerpo enamorado, lepanto de mi sangre... Sólo puede haber peces y descansos donde no hay carne, ¡ ay carne! Malaganas me ganan, con meneos y aumentos de pecados; me corrijo intenciones y deseos en vano, en vano, en vano. Discurre el pensamiento a todas horas lo que a ti se te ocurre, carne llena de infamias amorosas, déjame que me escuche. Lo que quieren mis ojos y mis dedos, no es lo que me apetece. Por no darte más carne, te doy juegos, me doy más vida, oh Muerte. Oh Muerte, oh inmortal almendro cano: mondo, pero florido, sálvame de mi cuerpo y sus pecados, mi tormento y mi alivio. La desgracia del mundo, mi desgracia entre los dedos tengo, oh carne de orinar, activa y mala, que haciéndome estás bueno. (1933) III ¡ A la gloria, a la gloria los toreadores! La hora es de mi luna menos cuarto. Émulos imprudentes de lagarto, magnificaos el lomo de los colores. Por el ardo, contra los picadores, de cuerno, flecha, a dispararme parto. ¡ A la gloria, si yo antes no os ancoro, -golfo de arena-, en mis bigotes de oro! (Perito en lunas-1933) SEXO EN INSTANTE- XII ¡Al polo norte del limón amargo desde tu arena azul, cociente higuera! Al polo norte del limón subiera, que no a tu sur, y subo sin embargo. Colateral a tu almidón, más largo, aquél amaga de otra y una esfera. A dedo en río, falta anillo en puente: ¡cómo he de vadearte netamente! (Perito en lunas-1933) EL SILBO DE LA AFIRMACIÓN EN LA ALDEA Alto soy de mirar palmeras, rudo de convivir con las montañas... Yo me vi bajo y blando en las aceras de una ciudad espléndida de arañas. Difíciles barrancos de escaleras, calladas cataratas de ascensores, ¡qué impresión de vacío! ocupaban el puesto de mis flores, los aires de mis aires y mi río. Yo vi lo más notable de lo mío llevado del demonio, y Dios ausente. Yo te tuve en el lejos del olvido, aldea, huerto, fuente en que me vi al descuido: huerto, donde me halle la mejor vida, aldea, donde al aire y libremente, en una paz meé larga y tendida. Pero volví en seguida mi atención a las puras existencias de mi retiro hacia mi ausencia atento, y todas sus ausencias me llenaron de luz el pensamiento. Iba mi pie sin tierra, ¡qué tormento! vacilando en la cera de los pisos, con un temor continuo, un sobresalto, que aumentaban los timbres, los avisos, las alarmas, los hombres y el asfalto. ¡Alto! ¡Alto! ¡Alto! ¡ Alto! ¡ Orden! ¡Orden! ¡Qué altiva imposición del orden una mano, un color, un sonido! Mi cualidad visiva, ¡ay! perdía el sentido. Topado por mil senos, embestido por más de mil peligros, tentaciones, mecánicas jaurías, me seguían lujurias y cláxones, deseos y tranvías. ¡Cuánto labio de púrpuras teatrales, exageradamente pecadores! ¡Cuánto vocabulario de cristales, al frenesí llevando los colores en una pugna, en una competencia de originalidad y de excelencia! ¡Qué confusión! ¡Babel de las babeles! ¡Gran ciudad!: ¡Gran demonte!: ¡ Gran puñeta!: ¡el mundo sobre rieles, y su desequilibrio en bicicleta! Los vicios destentados, las ancianas echándose en las canas rosicleres, infamia de las canas, y aún buscando sin tuétano los placeres. Árboles, como locos, enjaulados: alamedas, jardines para destuetanarse el mundo; y lados de creación ultrajada por orines. Huele el macho a jazmines, y menos lo que es todo parece la hembra oliendo a cuadra y podredumbre. ¡Ay, cómo empequeñece andar metido en esta muchedumbre! ¡ Ay!, ¿dónde está mi cumbre, mi pureza, y el valle del sesteo de mi ganado aquel y su pastura? Y miro, y sólo veo velocidad del vicio y la locura. Todo eléctrico: todo de momento. Nada serenidad, paz recogida. Eléctrica la luz, la voz, el viento, y eléctrica la vida. Todo electricidad: todo presteza eléctrica: la flor y la sonrisa, el orden, la belleza, la canción y la prisa. Nada es por voluntad de ser, por gana, por vocación de ser: ¿Qué hacéis las cosas de Dios aquí: la nube, la manzana, el borrico, las piedras y las rosas? ¡Rascacielos!: ¡qué risa!: ¡rascaleches! ¡Qué presunción los manda hasta el retiro de Dios! ¿Cuándo será, Señor, que eches tanta soberbia debajo de un suspiro? ¡ Ascensores!: ¡qué rabia! A ver, ¿cuál sube a la talla de un monte y sobrepasa el perfil de una nube, o el cardo, que, de místico se abrasa en la serrana gracia de la altura? ¡ Metro!: ¡qué noche oscura para el suicidio del que desespera!: ¡ qué subterránea y vasta gusanera, donde se cata y zumba la labor y el secreto de la tumba! ¡Asfalto!:¡qué impiedad para mi planta! ¡Ay, qué de menos echa el tacto de mi pie mundos de arcilla cuyo contacto imanta, paisajes de cosecha, caricias y tropiezos de semilla! ¡Ay, no encuentro, no encuentro la plenitud del mundo en este centro! En los naranjos dulces de mi río, asombros de oro en estas latitudes, ¡oh, ciudad, cojitranca! desvarío, sólo abarca mi mano plenitudes. No concuerdo con todas estas cosas de escaparate y de bisutería: entre sus variedades procelosas, es la persona mía, como el árbol, un triste anacronismo. Y el triste de mí mismo, sale por su alegría, que se quedó en el mayo de mi huerto, de este urbano bullicio donde no estoy de mi seguro cierto, y es pormayor la vida como el vicio. He medio boquiabierto la soledad cerrada de mi huerto. He regado las plantas: las de mis pies impuras y otras santas, en la sequía breve de mi ausencia por nadie reemplazada. Se derrama, rogándome asistencia, el limonero al suelo, ya cansino, de tanto agrio picudo. En el miembro desnudo de una rama, se le ve al ave el trino recóndito, desnudo. Aquí la vida es pormenor: hormiga, muerte, cariño, pena, piedra, horizonte, río, luz, espiga, vidrio, surco y arena. Aquí está la basura en las calles, y no en los corazones. Aquí todo se sabe y se murmura: no puede haber oculta la criatura mala, y menos las malas intenciones. Nace un niño, y entera la madre a todo el mundo del contorno. Hay pimentón tendido en la ladera, hay pan dentro del horno, y el olor llena el ámbito, rebasa los límites del marco de las puertas, penetra en toda casa y panifica el aire de las huertas. Con una paz de aceite derramado, enciende el río un lado y otro lado de su imposible, por eterna, huida. Como una miel muy lenta destilada, por la serenidad de su caída sube la luz a las palmeras: cada palmera se disputa la soledad suprema de los vientos, la delicada gloria de la fruta y la supremacía de la elegancia de los movimientos en la más venturosa geografía. Está el agua que trina de tan fría en la pila y la alberca donde aprendí a nadar. Están los pavos la Navidad se acerca, explorando de broma en los tapiales, con los desplantes y los gestos bravos y las barbas con ramos de corales. Las venas manantiales de mi pozo serrano me dan, en el pozal que les envío, pureza y lustración para la mano, para la tierra seca, amor y frío. Haciendo el hortelano, hoy en este solaz de regadío de mi huerto me quedo. No quiero más ciudad, que me reduce su visión, y su mundo me da miedo. ¡Cómo el limón reluce encima de mi frente y la descansa! ¡Cómo apunta en el cruce de la luz y la tierra el lilio puro! Se combate la pita, y se remansa el perejil en un aparte oscuro. Hay azahar, ¡qué osadía de la nieve! y estamos en diciembre, que, hasta enero, a oler, lucir y porfiar se atreve en el alrededor del limonero. Lo que haya de venir, aquí lo espero cultivando el romero y la pobreza. Aquí de nuevo empieza el orden, se reanuda el reposo, por yerros alterado, mi vida humilde, y por humilde, muda. Y Dios dirá, que está siempre callado. (1934) (Publicado en El Gallo Crisis) * Poemas del libro “El rayo de no cesa” y otros del periodo 1934-1936 1 Un carnívoro cuchillo de ala dulce y homicida sostiene un vuelo y un brillo alrededor de mi vida. Rayo de metal crispado fulgentemente caído, picotea a mi costado y hace con él un triste nido. Mi sien, florido balcón de mis edades tempranas, negra está, y mi corazón, y mi corazón con canas. Tal es la mala virtud del rayo que me rodea, que voy a mi juventud como la luna a la aldea. Recojo con las pestañas sal del alma y sal del ojo y flores de telarañas de mis tristezas recojo. ¿A dónde iré que no vaya mi perdición a buscar? Tu destino es el de la playa y mi vocación del mar. Descansar de esta labor de huracán, amor o infierno no es posible, y el dolor me hará a mi pesar eterno. Pero al fin podré vencerte, ave y rayo secular, corazón, que de la muerte nadie ha de hacerme dudar. Sigue, pues, sigue cuchillo, volando, hiriendo. Algún día se pondrá el tiempo amarillo sobre mi fotografía. (El rayo que no cesa 1934-1935) 2 ¿No cesará este rayo que me habita el corazón de exasperadas fieras y de fraguas coléricas y herreras donde el metal más fresco se marchita? ¿No cesará esta terca estalactita de cultivar sus duras cabelleras como espadas y rígidas hogueras hacia mi corazón que muge y grita? Este rayo no cesa ni se agota: de mí mismo tomó su procedencia y ejercita en mí mismo sus furores. Esta obstinada piedra de mí brota y sobre mí dirige la insistencia de sus lluviosos rayos destructores. (El rayo que no cesa 1934-1935) 10 Tengo estos huesos hechos a las penas y a las cavilaciones estas sienes: pena que vas, cavilación que vienes como el mar de la playa a las arenas. Como el mar de la playa a las arenas, voy en este naufragio de vaivenes por una noche oscura de sartenes redondas, pobres, tristes y morenas. Nadie me salvará de este naufragio si no es tu amor, la tabla que procuro, si no es tu voz, el norte que pretendo. Eludiendo por eso el mal presagio de que ni en ti siquiera habré seguro, voy entre pena y pena sonriendo. (El rayo que no cesa 1934-1935) 11 Te me mueres de casta y sencilla: estoy convicto, amor, estoy confeso de que, raptor intrépido de un beso, yo te libé la flor de la mejilla. Yo te libé la flor de la mejilla, y desde aquella gloria, aquel suceso, tu mejilla, de escrúpulo y peso, se te cae deshojada y amarilla. El fantasma del beso delincuente el pómulo te tiene perseguido, cada vez más patente, negro y grande. Y sin dormir estás, celosamente vigilando mi boca ¡con qué cuido! para que no se vicie y se desmande. (El rayo que no cesa 1934-1935) 23 Como el toro he nacido para el luto y el dolor, como el toro estoy marcado por un hierro infernal en el costado y por varón en la ingle con un fruto. Como el toro lo encuentro diminuto todo mi corazón desmesurado, y del rostro del beso enamorado, como el toro a tu amor se lo dispuso. Como el toro me crezco en el castigo, la lengua en corazón tengo bañada y llevo al cuello un vendaval sonoro. Como el toro te sigo y te persigo, y dejas mi deseo en una espada, como el toro burlado, como el toro. (El rayo que no cesa 1934-1935) ELEGÍA (En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería.) Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano. Alimentando lluvias, caracolas y órganos mi dolor sin instrumento, a las desalentadas amapolas daré tu corazón por alimento. Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento. Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado. No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida. Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos. Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano está rodando por el suelo. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada. En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes sedienta de catástrofes y hambrienta. Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes. Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte. Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera de angelicales ceras y labores. Volverás al arrullo las rejas de los enamorados labradores. Alegrarás la sombra de mis cejas, y tu sangre se irán a cada lado disputando tu novia y las abejas. Tu corazón, ya terciopelo ajado, llama a un campo de almendras espumosas mi avariciosa voz de enamorado. A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero. (10 de enero 1936) (El rayo que no cesa) SONREÍDME Vengo muy satisfecho de librarme de la serpiente de las múltiples cúpulas, la serpiente escamada de casullas y cálices: su cola puso acíbar en mi boca, sus anillos verdugos reprimieron y malaventuraron la nudosa sangre de mi corazón. Vengo muy dolorido de aquel infierno de incensarios locos, de aquella boba gloria: sonreídme. Sonreídme, que voy a donde estáis vosotros los de siempre, los que cubrís de espigas y racimos la boca del que nos escupe, los que conmigo en surcos, andamios, fraguas, hornos, os arrancáis la corona del sudor a diario, Me libré de los templos: sonreídme, donde me consumía con tristeza de lámpara encerrado en el poco aire de los sagrarios; salté al monte de donde procedo, a las viñas donde halla tanta hermana mi sangre, a vuestra compañía de relativo barro. Agrupo mi hambre, mis penas y estas cicatrices que llevo de tratar piedras y hachas a vuestras hambres, vuestras penas y vuestra herrada carne, porque para calmar nuestra desesperación de toros castigados habremos de agruparnos oceánicamente. Nubes tempestuosas de herramientas para un cielo de manos vengativas nos es preciso. Ya relampaguean las hachas y las hoces con su metal crispado, ya truenan los martillos y los mazos sobre los pensamientos de los que nos han hecho burros de carga y bueyes de labor. Salta el capitalista de su cochino lujo, huyen los arzobispos de sus mitras obscenas, los notarios y los registradores de la propiedad caen aplastados bajo furiosos protocolos, los curas se deciden a ser hombres y abierta ya la jaula donde actúa de león queda el oro en la más espantosa miseria. En vuestros puños quiero ver rayos contrayéndose, quiero ver la cólera tirándoos de las cejas, la cólera me nubla todas las cosas dentro del corazón sintiendo el martillazo del hombre en el ombligo, viendo a mi hermana helarse mientras lava la ropa, viendo a mi madre siempre en ayuno forzoso, viéndoos en este estado capaz de impacientar a los mismos corderos que jamás se impacientan. Habrá que ver la tierra estercolada con las injustas sangres, habrá que ver la media vuelta fiera de la hoz ajustándose las nucas, habrá que verlo todo noblemente impasibles, habrá que hacerlo todo sufriendo un poco menos de lo que ahora sufrimos bajo el hambre que nos hace alargas las inocentes manos animales hacia el robo y el crimen salvador. (1936) SINO SANGRIENTO De sangre en sangre vengo como el mar de ola en ola, de color de amapola el alma tengo, de amapola sin suerte en mi destino, y llego de amapola en amapola a dar en la cornada de mi sino. Criatura hubo que vino desde la sementera de la nada, y vino más de una, bajo el designio de una estrella airada y en una turbulenta y mala luna. Cayó una pincelada de ensangrentado pie sobre mi vida, cayó un planeta de azafrán en celo, cayó una nube roja enfurecida, cayó un mar malherido, cayó un cielo. Vine con un dolor de cuchillada, me esperaba un cuchillo a mi venida, me dieron a manar leche de tuera, zumo de espada loca y homicida, y al sol el ojo abrí por vez primera y lo que vi primero era una herida y una desgracia era. Me persigue la sangre, ávida, fiera, desde que fui fundado, y aun antes de que fuera proferido, empujado por mi madre a esta tierra codiciosa, que de los pies me tira y del costado, y cada vez más fuerte, hacia la fosa. Lucho contra la sangre, me debato contra tanto zarpazo y tanta vena, y cada cuerpo que tropiezo y trato es otro borbotón de sangre, otra cadena. Aunque leves, los dardos de la avena aumentan las insignias de mi pecho: en él se dio el amor a la labranza, y mi alma de barbecho hondamente ha surcado de heridas sin remedio mi esperanza por las ansias de muerte de su arado. Todas las herramientas en mi acecho: el hacha me ha dejado recónditas señales, las piedras, los deseos y los días cavaron en mi cuerpo manantiales que sólo se tragaron las arenas y las melancolías. Son cada vez más grandes las cadenas, son cada vez más grandes las serpientes, más grande y más cruel su poderío, más grandes sus anillos envolventes, más grande el corazón, más grande el mío. En su alcoba poblada de vacío, donde sólo concurren las visitas, el picotazo y el color de un cuervo, un manojo de cartas y pasiones escritas, un puñado de sangre y una muerte conservo. ¡Ay sangre fulminante, ay trepadora púrpura rugiente, sentencia a todas horas resonante bajo el yunque sufrido de mi frente! La sangre me ha parido y me ha hecho preso, la sangre me reduce y me agiganta, un edificio soy de sangre y yeso que se derriba el mismo y se levanta sobre andamios de huesos. Un albañil de sangre, muerto y rojo, llueve y cuelga su blusa cada día en los alrededores de mi ojo, y cada noche con el alma mía, y hasta con las pestañas lo recojo. Crece la sangre, agranda la expansión de sus frondas en mi pecho que álamo desbordante se desmanda y en varios torvos ríos cae deshecho. Me veo de repente envuelto en sus coléricos raudales, y nado contra todos desesperadamente como contra un fatal torrente de puñales. Me arrastra encarnizada su corriente, me despedaza, me hunde, me atropella, quiero apartarme de ella a manotazos, y se me van los brazos detrás de ella, y se me van las ansias en los brazos. Me dejaré arrastrar hecho pedazos, ya que así se lo ordenan a mi vida la sangre y su marea, los cuerpos y mi estrella ensangrentada. Seré una sola y dilatada herida, hasta que dilatadamente sea un cadáver de espuma: viento y nada. (Publicado en Revista de Occidente en 1936) |