Poemas de la soledad en columbia






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NACIMIENTO DE CRISTO

Un pastor pide teta por la nieve que ondula

blancos perros tendidos entre linternas sordas.

El Cristito de barro se ha partido los dedos

en los filos eternos de la madera rota.

¡Ya vienen las hormigas y los pies ateridos!

Dos hilillos de sangre quiebran el cielo duro.

Los vientres del demonio resuenan por los valles

golpes y resonancias de carne de molusco.

Lobos y sapos cantan en las hogueras verdes

coronadas por vivos hormigueros del alba.

La luna tiene un sueño de grandes abanicos

y el toro sueña un toro de agujeros y de agua.

El niño llora y mira con un tres en la frente.

San José ve en el heno tres espinas de bronce.

Los pañales exhalan un rumor de desierto

con cítaras sin cuerdas y degolladas voces.

La nieve de Manhattan empuja los anuncios

y lleva gracia pura por las falsas ojivas.

Sacerdotes idiotas y querubes de pluma

van detrás de Lutero por las altas esquinas.

LA AURORA

La aurora de Nueva York tiene

cuatro columnas de. cieno

y un huracán de negras palomas

que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime

por las inmensas escaleras

buscando entre las aristas

nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca

porque allí no hay mañana ni esperanza posible.

A veces las monedas en enjambres furiosos

taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos

que no habrá paraíso ni amores deshojados;

saben que van al cieno de números y leyes,

a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos

en impúdico reto de ciencia sin raíces.

Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

como recién salidas de un naufragio de sangre.

IV

POEMAS DEL LAGO EDEM MILLS

A Eduardo Ugarte.

POEMA DOBLE DEL LAGO EDEM

Nuestro ganado pace, el viento espira.

GARCILASO.

Era mi voz antigua

ignorante de los densos jugos amargos.

La adivino lamiendo mis pies

bajo los frágiles helechos mojados.

¡Ay voz antigua de mi amor,

ay voz de mi verdad,

ay voz de mi abierto costado,

cuando todas las rosas manaban de mi lengua

y el césped no conocía la impasible dentadura del caballo!

Estás aquí bebiendo mi sangre,

bebiendo mi humor de niño pesado,

mientras mis ojos se quiebran en el viento

con el aluminio y las voces de los borrachos.

Déjame pasar la puerta

donde Eva come hormigas

y Adán fecunda peces deslumbrados.

Déjame pasar hombrecillo de los cuernos

al bosque de los desperezos

y los alegrísimos saltos.

Yo sé el uso más secreto

que tiene un viejo alfiler oxidado

y sé del horror de unos ojos despiertos

sobre la superficie concreta del plato.

Pero no quiero mundo ni sueño, voz divina,

quiero mi libertad, mi amor humano

en el rincón más oscuro de la brisa que nadie quiera.

¡Mi amor humano!

Esos perros marinos se persiguen

y el viento acecha troncos descuidados.

¡Oh voz antigua, quema con tu lengua

esta voz de hojalata y de talco!

Quiero llorar porque me da la gana

como lloran los niños del último banco,

porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,

pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.

Quiero llorar diciendo mi nombre,

rosa, niño y abeto a la orilla de este lago,

para decir mi verdad de hombre de sangre

matando en mí la burla y la sugestión del vocablo.

No, no, yo no regunto, yo deseo,

voz mía liberta que me lames las manos.

En el laberinto de biombos es mi desnudo el que recibe

la luna de castigo y el reloj encenizado.

Así hablaba yo.

Así hablaba yo cuando Saturno detuvo los trenes

y la bruma y el sueño y la muerte me estaban buscando.

Me estaban buscando

allí donde mugen las vacas que tienen patitas de paje

y a11í donde flota mi cuerpo entre los equilibrios contrarios.

CIELO VIVO

Yo no podré quejarme

si no encontré lo que buscaba.

Cerca de las piedras sin jugo y los insectos vacíos

no veré el duelo del sol con las criaturas en carne viva.

Pero me iré al primer .paisaje

de choques, líquidos y rumores

que trasmina a niño recién nacido

y donde toda superficie es evitada,

para entender que lo que busco tendrá su blanco de alegría

cuando yo vuele mezclado con el amor y las arenas.

Allí no llega la escarcha de los ojos apagados

ni el mugido del árbol asesinado por la oruga.

Allí todas las formas guardan entrelazadas

una sola expresión frenética de avance.

No puedes avanzar por los enjambres de corolas

porque el aire disuelve tus dientes de azúcar,

ni puedes acariciar la fugaz hoja del helecho

sin sentir el asombro definitivo del marfil.

Allí bajo las raíces y en la médula del aire

se comprende la verdad de las cosas equivocadas,

el nadador de níquel que acecha la onda más fina

y el rebaño de vacas nocturnas con rojas patitas de mujer.

Yo no podré quejarme

si no enc ontré lo que buscaba;

pero me iré al primer paisaje de humedades y latidos

para entender que lo que busco tendrá su blanco de alegría

cuando yo vuele mezclado con el amor y las arenas.

Vuelo fresco de siempre sobre lechos vacíos,

sobre grupos de brisas y barcos encallados.

Tropiezo vacilante por la dura eternidad fija

y amor al fin sin alba. Amor. ¡Amor visible!

Edem Mills, Vermont, 24 agosto 1929.

EN LA CABAÑA DEL FARMER

(CAMPO DE NEWBURG)

A Concha Méndez y Manuel Altolaguirre.

EL NIÑO STANTON

Do you like me?

-Yes, and you?

-Yes, yes.

Cuando me quedo solo

me quedan todavía tus diez años,

los tres caballos ciegos,

tus quince rostros con el rostro de la pedrada

y las fiebres pequeñas heladas sobre las hojas del maíz.

Stanton, hijo mío, Stanton.

A las doce de la noche el cáncer salía por los pasillos

y hablaba con los caracoles vacíos de los documentos,

el vivísimo cáncer lleno de nubes y termómetros

con su casto afán de manzana para que to piquen los ruiseñores.

En la casa donde no hay un cáncer

se quiebran las blancas paredes en el delirio de la astronomía

y por los establos más pequeños y en las cruces de los bosques

brilla por muchos años el fulgor de la quemadura.

Mi dolor sangraba por las tardes

cuando tus ojos eran dos muros,

cuando tus manos eran dos países

y mi cuerpo rumor de hierba.

Mi agonía buscaba su traje,

polvorienta, mordida por los perros,

y tú la acompañaste sin temblar

hasta la puerta del agua oscura.

¡Oh, mi Stanton, idiota y bello entre los pequeños animalitos,

con tu madre fracturada por los herreros de las aldeas,

con un hermano bajo los arcos,

otro comido por los hormigueros,

y el cáncer sin alambradas latiendo por las habitaciones!

Hay nodrizas que dan a los niños

ríos de musgo y amargura de pie

y algunas negras suben a los pisos para repartir filtro de rata.

Porque es verdad palomas la gente

quiere echar las palomas a las alcantarillas

y yo sé to que esperan los que por la calle

nos oprimen de pronto las yemas de los dedos.

Tu ignorancia es un monte de leones, Stanton.

El día que el cáncer te dio una paliza

y te escupió en el dormitorio donde murieron los huéspedes en la epidemia

y abrió su quebrada rosa de vidrios secos y manos blandas

para salpicar de lodo las pupilas de los que navegan,

tú buscaste en la hierba mi agonía,

mi agonía con flores de terror,

mientras que el agrio cáncer mudo que quiere acostarse contigo

pulverizaba rojos paisajes por las sábanas de amargura,

y ponía sobre los ataúdes

helados arbolitos de ácido bórico.

Stanton, vete al bosque con t us arpas judías,

vete para aprender celestiales palabras

que duermen en los troncos, en nubes, en tortugas,

en los perros dormidos, en el plomo, en el viento,

en lirios que no duermen, en aguas que no copian,

para que aprendas, hijo, lo que tu pueblo olvida.

Cuando empiece el tumulto de la guerra

dejaré un pedazo de queso para tu perro en la oficina.

Tus diez años serán las hojas

que vuelan en los trajes de los muertos,

diez rosas de azufre débil

en el hombro de mi madrugada.

Y yo, Stanton, yo solo, en olvido,

con tus caras marchitas sobre mi boca,

iré penetrando a voces las verdes estatuas de la Malaria.

VACA

A Luis Lacasa.

Se tendió la vaca herida.

Árboles y arroyos trepaban por sus cuernos.

Su hocico sangraba en el cielo.

Su hocico de abejas

bajo el bigote lento de la baba.

Un alarido blanco puso en pie la mañana.

Las vacas muertas y las vivas,

rubor de luz o miel de establo,

balaban con los ojos entornados.

Que se enteren las raíces

y aquel niño que afila su navaja

de que ya se pueden comer la vaca.

Arriba palidecen

luces y yugulares.

Cuatro pezuñas tiemblan en el aire.

Que se entere la luna

y esa noche de rocas amarillas:

que ya se fue la vaca de ceniza.

Que ya se fue balando

por el derribo de los cielos yertos

donde meriendan muerte los borrachos.

NIÑA AHOGADA EN EL POZO

(GRANADA Y NEWBURG)

Las estatuas sufren por los ojos con la oscuridad de los ataúdes,

pero sufren mucho más por el agua que no desemboca.

Que no desemboca.

E1 pueblo corría por las almenas rompiendo las cañas de los pescadores

¡Pronto! ¡Los bordes! ¡De prisa! Y croaban las estrellas tiernas

. ...que no desemboca.

¡Tranquila en mi recuerdo, astro, círculo, meta,

lloras por las orillas de un ojo de caballo.

. . . que no desemboca.

Pero nadie en to oscuro podrá darte distancias,

sin afilado límite, porvenir de diamante.

. . . que no desemboca.

Mientras la gente busca silencios de almohada

tú lates para siempre definida en to anillo.

...que no desemboca.

Eterna en los finales de unas ondas que aceptan

combate de raíces y soledad prevista.

...que no desemboca.

¡Ya vienen por las rampas! ¡Levántate del agua!

¡Cada punto de luz te dará tuna cadena!

. . . que no desemboca.

Pero el pozo te alarga manecitas de musgo,

insospechada ondina de su casta ignorancia.

. . que no desemboca.

No, que no desemboca. Agua fija en un punto,

respirando con todos sus violines sin cuerdas

en la escala de las heridas y los edificios deshabitados.

¡Agua que no desemboca!

VI

INTRODUCCION A LA MUERTE

POEMAS DE LA SOLEDAD EN VERMONT

Para Rafael Sánchez Ventura.

MUERTE

¡Qué esfuerzo!

¡Qué esfuerzo del caballo por ser perro!

¡Qué esfuerzo del perro por ser golondrina!

¡Qué esfuerzo de la golondrina por ser abeja!

¡Qué esfuerzo de la abeja por ser caballo!

Y el caballo,

¡qué flecha aguda exprime de la rosa!

¡qué rosa gris levanta de su belfo!

Y la rosa,

¡qué rebaño de luces y alaridos

ata en el vivo azúcar de su tronco!

Y el azúcar,

¡qué puñalitos sueña en su vigilia!

Y los puñales diminutos,

¡qué luna sin establos!, ¡qué desnudos,

piel eterna y rubor, andan buscando!

Y yo, por los aleros,

¡qué serafín de llamas busco y soy!

Pero el arco de yeso,

¡qué grande, qué invisible, qué diminuto,

sin esfuerzo!

NOCTURNO DEL HUECO

Para ver que todo se ha ido,

para ver los huecos y los vestidos,

¡dame to guante de luna,

tu otro guante perdido en la hierba,

amor mío!

Puede el aire arrancar los caracoles

muertos sobre el pulmón del elefante

y soplar los gusanos ateridos

de las yemas de luz o las manzanas.

Los rostros bogan impasibles

bajo el diminuto griterío de las yerbas

y en el rincón está el pechito de la rana

turbio de corazón y mandolina.

En la gran plaza desierta

mugía la bovina cabeza recién cortada

y eran duro cristal definitivo

las formas que buscaban el giro de la sierpe.

Para ver que todo se ha ido

dame to mudo hueco, ¡amor mío!

Nostalgia de academia y cielo triste.

¡Para ver que todo se ha ido!

Dentro de ti, amor mío, por tu carne,

¡qué silencio de trenes bocarriba!

¡cuánto brazo de momia florecido!

¡qué cielo sin salida, amor, qué cielo!

Es la piedra en el agua y es la voz en la brisa

bordes de amor que escapan de su tronco sangrante.

Basta tocar el pulso de nuestro amor presente

para que broten flores sobre los otros niños.

Para ver que todo se ha ido.

Para ver los huecos de nubes y ríos.

Dame tus manos de laurel, amor.

¡Para ver que todo se ha ido!

Ruedan los huecos puros, por mí, por ti, en el alba

conservando las huellas de las ramas de sangre

y algún perfil de yeso tranquilo que dibuja

instantáneo dolor de luna apuntillada.

Mira formas concretas que buscan su vacío.

Perros equivocados y manzanas mordidas.

Mira el ansia, la angustia de un triste mundo fósil

que no encuentra el acento de su primer sollozo.

Cuando busco en la cama los rumores del hilo

has venido, amor mío, a cubrir mi tejado.

El hueco de una hormiga puede llenar el aire,

pero tú vas gimiendo sin norte por mis ojos.

No, por mis ojos no, que ahora me enseñas

cuatro ríos ceñidos en tu brazo,

en la dura barraca donde la luna prisionera

devora a un marinero delante de los niños.

Para ver que todo se ha ido

¡amor inexpugnable, amor huido!

No, no me des tu hueco,

¡que ya va por el aire el mío!

¡Ay de ti, ay de mí, de la brisa!

Para ver que todo se ha ido.

II

Yo.

Con el hueco blanquísimo de un caballo,

crines de ceniza. Plaza pura y doblada.

Yo.

Mi hueco traspasado con las axilas rotas.

Piel seca de uva neutra y amianto de madrugada.

Toda la luz del mundo cabe dentro de un ojo.

Canta el gallo y su canto dura más que sus alas.

Yo.

Con el hueco blanquísimo de un caballo. Rodeado

de espectadores que tienen hormigas en las palabras.

En el circo del frío sin perfil mutilado.

Por los capiteles rotos de las mejillas desangradas.

Yo.

Mi hueco sin ti, ciudad, sin tus muertos que comen.

Ecuestre por mi vida definitivamente anclada.

Yo.

No hay siglo nuevo ni luz reciente.

Sólo un caballo azul y una madrugada.
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